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martes, 28 de mayo de 2002

Semiótica (Anexos filosóficos)

Fenomenología de la percepción

En vez de una manzana coloquemos delante de un espejo una casa en miniatura, con el fin de hablar de un objeto con distintas caras o lados. A continuación moveremos el espejo alrededor de la casa para que refleje todas sus caras.
Reflexionemos sobre lo sucedido. Durante toda la experiencia la casa ha permanecido siendo una y la misma, no obstante, sus imágenes en el espejo han sido muchas y distintas. Por lo tanto, lo uno e idéntico se transforma en el espejo en lo múltiple y en lo diferente. Pero no sólo ha ocurrido esta transformación, también ha ocurrido esta otra: los distintos lados coexisten en la casa y son simultáneas en ella, mientras que en el espejo los distintos lados se presentan de manera sucesiva. Por lo tanto, lo que se presenta de forma simultánea en la casa aparece en el espejo de forma sucesiva. En suma, en la fenomenología de la percepción visual tendremos que tener en cuenta las contradicciones que se suceden entre los dos polos de la relación, entre el objeto  reflejado y la imagen: donde lo uno se transforma en múltiple, lo idéntico  en  diferente, y lo simultáneo en sucesivo.

La unidad de los valores referenciales frente a la multiplicidad de los objetos del mundo

El objeto que aparece ante mí, esta mesa que percibo aquí y ahora, es una multiplicidad de aspectos, un concreto con múltiples propiedades. Pero es también una e idéntica, aunque se exhibe ahora por un  lado, luego por otro, hasta completar todos sus lados. Es una e idéntica, pero ante la percepción sensible se transforma en una serie de imágenes sucesivas, donde cada imagen exhibe a la mesa por uno de sus lados. Bajo el punto de vista de la percepción ha de operarse una operación de síntesis de identificación. Por un lado, en la serie de las imágenes se identifica el mismo objeto intencional, y por otro lado, un solo aspecto, una sola imagen, sirve como medio de identificación de la mesa.
Observemos ahora al valor referencial sonoro [mesa]. Es un objeto que tiene una sola cara, superándose así el problema de la multiplicidad. Como la mesa tiene muchos lados y la percepción sensible la capta por muchos lados, diversos lados sirven como medio de identificación de la mesa. Mientras que en el caso del valor referencial sonoro [mesa], al tener un solo lado, un solo lado sirve de medio de identificación. Se opera un proceso de abstracción al pasar de la mesa al valor referencial sonoro [mesa]: la multiplicidad de los objetos del mundo se reduce a la unidad de los valores referenciales sonoros que los representan o nombran. Un gran salto en la evolución lingüística de la humanidad.

Quine y las raíces de la referencia

Si yo pensara como Quine, elaboraría la siguiente serie de ideas: Un lingüista español se va a una isla donde vive un pueblo del que desconoce absolutamente su idioma. La primera tarea que se plantea es elaborar un diccionario del habla indígena. Para ello, señalando a un conejo y haciéndole gestos indicativos a un indígena, lo fuerza a una respuesta. Y el indígena le responde: [gavagay]. Sobre esta base Quine se pregunta: ¿cuál es el verdadero referente de la palabra ‘gavagay’? Y responde: ‘gavagay’ puede referirse al conejo en su totalidad, a una de sus partes no separadas o a un segmento temporal del mismo. Y dada esta respuesta, concluye que la conexión referencial entre palabra y mundo es muy relativa y casi imposible de precisar. Argumentando que las pautas de objetivación del lingüista español no coinciden con las pautas de objetivación de los hablantes nativos.

El error de Quine consiste en que concibe el conejo sólo en el modo contemplativo, olvidándose por completo de su dimensión práctica. Si además de una visión contemplativa hubiera añadido una visión antropológica, se habría dado cuenta que presumiblemente el conejo es un ingrediente real de la vida de la comunidad cuyo idioma quiere conocer, en concreto, un medio de subsistencia. En primer lugar, el conejo tiene que ser cazado, en segundo lugar, hay que quitarle la piel, en tercer lugar, hay que cocinarlo, en cuarto lugar, tiene que ser consumido, y en quinto lugar, sobran los huesos. Por lo tanto, bajo el punto de vista práctico el conejo se descompone en varias partes claramente diferenciadas: en piel, carne y huesos. De manera que nuestro lingüista tendría que señalarle al indígena los siguientes objetos: un conejo entero, la piel de un conejo, la carne de un conejo y los huesos de un conejo. Si el nativo respondiera frente a los cuatro objetos con el mismo valor referencial sonoro, esto indicaría que el estado de evolución lingüística de la comunidad en cuestión se encuentra, por ejemplo, en el nivel dos. Mientras que si por cada objeto distinto presentado respondiera con un valor referencial sonoro distinto, esto indicaría que la comunidad en cuestión se encuentra en una grado de evolución lingüística de nivel cuatro.

Los empiristas y las inferencias

Es tradición de los empiristas la siguiente idea: los cuerpos no están dados en nuestras sensaciones, sino que meramente se infieren de ellas. Esta tesis es correcta, pero tiene un lado obscuro, un lado mediante el cual los empiristas le abren una ventana al idealismo, corriente filosófica empeñada en crear un abismo entre sensación y mundo exterior. Se vuelve obscuro y enigmático cómo la sensación se refiere al mundo exterior, dando paso así, además del idealismo, al escepticismo. Los empiristas fallan en su concepción porque les falta el concepto de valor referencial, o lo que es lo mismo, no conciben los objetos del mundo como unidades de dos caras: cuerpo y valor referencial. Teniendo en cuenta este concepto reelaboremos la idea de los empiristas: es cierto que los cuerpos no están dados en las sensaciones, pero no es menos cierto que sí están dados sus valores referenciales. Por eso pueden referirse las sensaciones a los objetos del mundo exterior, porque están en posesión de sus valores referenciales. Pongamos una manzana delante de un espejo, experimento ya conocido por el lector. En el espejo no está dado el cuerpo de la manzana, pero sí está dado su valor referencial cromático. De manera que el valor referencial de la manzana existiendo en el espejo es signo de la presencia y existencia del cuerpo de la manzana.

Crítica al fisicalismo

Los filósofos son presas fáciles del fisicalismo. No es adecuado llamar objetos físicos a los objetos del mundo exterior, como si de es manera se diera un paso seguro hacia el materialismo. Si llamo objeto físico a la mesa, la estoy igualando a la piedra, al árbol, al polvo, etc. Le estoy restando su dimensión antropológica. Hay que ser materialistas históricos. Si soy materialista a secas, los objetos del mundo exterior los concibo como un conjunto de propiedades físicas. Pero si soy un materialista histórico, los concibo como valores de uso: por un lado, como cosas que por sus propiedades pueden ser útiles al hombre en diversos sentidos, y por otra parte, como productos del trabajo. Así el objeto que aparece, la mesa, no se presenta como un mero objeto dado, sino como un objeto mediado por las necesidades y trabajo del hombre. Por lo tanto, los objetos que constituyen el mundo exterior no pueden ser reducidos en su existencia a manchas de colores, olores y sabores, sino que deben ser reconocidos como valores de uso. Escuchemos, para este propósito, a Marx en los inicios de El Capital: “Cada una de estas cosas, como el hierro, el papel, etc., es un conjunto de muchas propiedades y, por eso, puede ser útil en diversos aspectos. Es obra de la historia descubrir estos diversos aspectos y, por lo tanto, los múltiples modos de uso de las cosas”. Por último, la categoría valor de uso es una categoría antropológica, mientras que la categoría objeto físico no lo es.







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