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miércoles, 28 de mayo de 2003

Semiótica del nudismo

Antes que nada quisiera decirte que no estás abusando de mi amabilidad. Aquí estamos para eso: para reflexionar. Todo lo contrario: te agradezco que hayas puesto sobre el tapete un tema para debatir, y más te agradezco que en los dos últimos mensajes hayas entrado en detalles y pormenores.
En tu último mensaje planteas el problema de la ocultación, y a este respecto dices lo siguiente: “El traje de baño dice: yo soy de este grupo, yo oculto: o bien, tengo pudor. El caso de estar desnudo obliga a afrontar la comunicación sin posibilidades de ocultar”. Hay dos clases de ocultaciones físicas: ocultar una cosa de la que nadie sabe que está oculta, como el atracador de un banco que lleva bajo su chaqueta una pistola escondida, y ocultar algo que todo el mundo sabe que está oculta y qué es, como es el caso de las prendas de baño con los órganos genitales. Así que nadie oculta bajo el bañador nada que no se sepa qué es. Y si alguien se quita el bañador,  no muestra nada nuevo, especial u original. Pero además de estas dos clases de ocultaciones físicas, también hay que diferenciar entre la ocultación física y la ocultación espiritual. Con el bañador sabemos lo que se oculta, pero no sabemos que intenciones oculta una persona que se acerca desnuda a una pareja de nudistas. A lo mejor tiene malas intenciones, y así ocurre en muchas ocasiones. Recuerdo que un amigo nudista me comentaba hace ya años lo siguiente: ¡No sé cómo Miguel permite que la mujer esté desnuda delante de nosotros, está buenísima, habiendo noches que no puedo quitármela de la cabeza y me masturbo pensando en ella! Mi amigo practicaba nudismo los fines de semana con Miguel, su mujer y otros amigos y amigas, sin embargo, ocultaba sus deseos y alimentaba sus fantasías sexuales con una miembro nudista del grupo. Tengo un primo que es nudista desde hace más de quince años, y el verano pasado me contaba la siguiente experiencia: “Ahora está yendo con nosotros a la playa una chica de dieciocho años  con un cuerpo de morirte. Cuando la vemos ir al agua, agacharse para coger el peine, o tomar sol boca arriba, no podemos quitarle los ojos de encima.  Es tanta la atracción que ejerce sobre nosotros que el sábado pasado Enrique y yo tuvimos que estar media hora boca abajo porque vivimos una erección que no podíamos con ella”. En este caso unos nudistas se ponen boca abajo para ocultar una erección. Así que no estoy de acuerdo cuando Hectornudo afirma que “el caso de estar desnudo obliga a afrontar la comunicación sin posibilidades de ocultar”. Puesto que, de acuerdo con los ejemplos que he expuesto, los nudistas pueden ocultar sus deseos y sus erecciones. Y los deseos sexuales como las erecciones, amigo Hectornudo, son tan naturales como estar desnudo.
Un segundo aspecto que trata Hectornudo son las diferencias del lenguaje gestual de los nudistas frente a los que no lo son. Habla de una nudista que cruza las piernas para ocultar la visión directa de los genitales. Si cruzara las piernas una mujer con bañador, continua Hectornudo, lo haría por estética pero no por pudor. Aquí nos tropezamos antes que nada con un problema de ética, que afecta a la igualdad entre hombres y mujeres. Por mucho que cruce las piernas un hombre nudista, no tendrá manera de ocultar sus genitales. Y si un nudista no tiene que ocultar sus genitales, tampoco ha de sentir esa necesidad una mujer nudista. Si hay una nudista que cruza las piernas para ocultar sus genitales, que no sea nudista, que se ponga un bañador. Pero si es nudista, no debe tener reparos en que le vean los órganos genitales.
Plantea Hectornudo el caso de una nudista que va con antifaz por la orilla de la playa y  se cruza con una mujer que va en tanga y sin parte de arriba. Normalmente los nudistas son discretos,  no buscan llamar la atención, ni les reclama especialmente la suya cuando ven a otros nudistas. Pero una nudista que vaya con un antifaz reclamará la atención de toda la playa. En este caso todo el mundo se fijará atentamente en el cuerpo de la nudista y les llenará de curiosidad verla sin antifaz, todo lo contrario de la costumbre predominante entre nudistas. Supongamos que ahora la nudista se quita el antifaz y sonríe a todos los que la observan. Al día siguiente cuando vaya por la playa desnuda y sin antifaz, todo el mundo la reconocerá y dirá: ahí va la del antifaz. Pero si la ven en unos grandes almacenes completamente vestida dirán lo mismo: ahí va la del antifaz.
Plantea también Hectornudo que la única utilidad que él ve en el bañador es no mostrar. Hay muchas clases de usuarios de la playa: hay una mayoría, entre los que se encuentran los nudistas, que se pasan todo el rato cogiendo sol y bañándose de vez en cuando para refrescarse. Pero hay otros bañistas que van a mariscar, a pescar, a bucear, a surfear,  etcétera. En estos casos uno busca un bañador cómodo, suelto, que se seque rápido, resistente al rozamiento, que no impida el movimiento de los muslos, etcétera. Tampoco es cierto que la función fundamental del bañador sea ocultar. Creo que un modista sería más partidario de hablar de vestir que de ocultar. Cuando una persona se viste, oculta partes de su cuerpo, pero no se viste para ocultar. Es un hecho natural social estar vestido, tanto como para los nudistas estar desnudo. Pero el nudista no está siempre ni en todas partes desnudo, sino sólo en ocasiones y en determinados lugares. Así que el nudista no es absolutamente nudista.
Se pregunta Hectornudo si la utilidad de las prendas de baño es comunicar erotismo por ocultamiento. Hay  bañadores de hombres que son muy ajustados y eso hace que se marquen sus órganos genitales. Quizás podamos considerar que esta clase de bañador es erótica. Pero un bañador suelto que no remarque nada, no es erótico ni comunica erotismo. Todo el mundo sabe lo que hay detrás de un bañador de hombre o de un bikini de mujer, otra cosa distinta es que uno piense en lo que esas prendas ocultan y entonces queramos adivinar lo que no vemos por lo que vemos. Pero esto será el caso de una persona que sienta deseos sexuales de otra. Y cuando se siente deseos sexuales, cuánto menos ropa tenga la persona que deseamos mejor para nosotros.
En lo que respecta al planteamiento de María Azucena, que nos habla, ayudado del poeta Eduardo Fracchia, de que la ropa, al igual que la palabra, sirve para vestir una desnudez, diré lo siguiente: originariamente la ropa nació para proteger el cuerpo de las inclemencias del tiempo. Su función no era cubrir la desnudez. Y con el desarrollo de los años la ropa se convirtió en un elemento estético de primera línea. Sólo hay que pensar en la belleza de la lencería femenina. Esta ropa no puede concebirse con la función de cubrir la desnudez, puesto que para cubrir la desnudez basta con cualquier trapo,  sino con la función de embellecer el cuerpo de la mujer, haciéndolo más deseable. En la representación cristiana sobre el origen del hombre vemos a Adán y a Eva totalmente desnudos; pero cuando Eva hizo que Adán pecara, les sobrevino la vergüenza y tuvieron que cubrir su desnudez con hojas de parras. Así que es propio de la representación cristiana concebir la vestimenta como medio para cubrir la desnudez.

Semiótica del nudismo (1)

Antes que nada quisiera comentarles que desde su inicio este debate  se ha visto afectado por problemas éticos, y era inevitable que así sucediera. Como me gusta la transparencia he de comentarles que tengo una ética muy proletaria y, en consecuencia, siento una gran animadversión  hacia los grandes certámenes de moda, porque representan extravagancia, exceso y también inmoralidad. Tal vez en ese mundo lo elemental y lo básico no sean importantes, pero si lo son en el mundo de las grandes masas que padecen hambre y frío. Esta ética que defiendo no supone en ningún caso que yo vea con malos ojos a la gente que le gusta ir vestida de forma elegante y bella.  Dicho esto, paso a debatir las ideas de Elías.
Elías empieza llamando trivial a la idea de que el vestido es obra de la necesidad de abrigarse, de protegerse contra las inclemencias del tiempo. Y acto seguido, al catalogar esta idea como trivial, concluye que no puede ser verdad. En principio le digo de pasada  que lo trivial encierra tanta verdad como lo supremo o lo que se tiene por supremo. Creo, no obstante,  que Elías confunde lo trivial con lo básico y con lo elemental. Es sin duda cierto que a las clases pudientes todo lo básico y  elemental les parece trivial. Pero no es así para las clases necesitadas, donde lo básico y lo elemental es muy importante. Si vamos a un restaurante de lujo, nos servirán unos platos con comida escasa pero muy artísticamente presentados. Seguro que degustaremos sabores únicos y especiales. Tal vez las personas que estén acostumbradas a comer habitualmente en restaurantes de lujo pierdan de vista que los alimentos sirven para satisfacer una necesidad básica, sintiéndose proclives a conjeturar que su verdadera esencia   está en que son obra de la creatividad artística del cocinero. Supongamos que en el momento en que degustamos la artística cena, vemos a través de una ventana  un mendigo que nos mira con cara de desconsuelo. Imaginemos ahora que, afectados de corazón y necesitados de practicar la caridad, invitamos al mendigo a comer con nosotros. Seguro que el mendigo, educado en la dura Universidad de la calle, nos dirá: prefiero que me den el dinero que cuesta mi cena, puesto que así me aseguro la comida y la pensión de tres días. Aquí tenemos un clásico ejemplo de cómo los alimentos tienen significados distintos dependiendo de la clase social a la que se pertenece: para los pudientes burgueses, que en este caso representamos nosotros, la comida es un arte, y para el mendigo una necesidad básica. Lo mismo sucede con la vestimenta. Para las clases más proletarias el vestido y el calzado son una necesidad básica, mientras que para las clases ricas es un lujo, un capricho y un derroche.
Plantea Elías que es el sentimiento de pudor lo que obligó al hombre a vestirse. Creo que Elías invierte el orden temporal en que se dieron las cosas. Primero debieron estar los hombres desnudos, después vestidos con pieles, y con el paso del tiempo la necesidad de vestirse se fue dividiendo en partes  y satisfaciéndose por partes. Al mismo tiempo que se multiplicaban las distintas prendas de vestir también se fueron multiplicando y embelleciendo las necesidades sexuales. Y sólo entonces, después que los seres humanos estuvieron vestidos de forma compleja y habían evolucionados en sus prácticas sexuales, pudo sobrevenir el pudor. El pudor es más una consecuencia de la vestimenta  que la necesidad que la hizo surgir. Una niña que esté acostumbrada a estar desnuda en presencia de sus padres, a quienes ve también desnudos, no sentirá un especial pudor cuando practique nudismo en la playa. Por el contrario, una niña que no esté acostumbrada a estar desnuda delante de sus padres, a quienes no ve tampoco desnudos, es muy probable que sienta pudor cuando practique nudismo en la playa.
Dice Elías: “La historia del vestido es la historia de la sensualidad humana. El primer hombre que acertó usar el prototipo del futuro vestido era movido por el deseo de atraer la atención al lugar cubierto – y ya podemos adivinar que zonas del cuerpo se tratan”. Dice Marx en El Capital: “Cuando le obligó la necesidad de vestirse, el hombre se hizo trajes por miles de años antes de que uno de ellos se convirtiera en sastre”. Dicho de otra forma, las múltiples y distintas prendas de vestir son el resultado de un largo proceso de evolución, que experimentaría un notable desarrollo cuando se desarrolló la división del trabajo e hizo que la sastrería empezara a existir como una actividad independiente, y no el resultado del acierto repentino de un hombre que da con el prototipo del vestido del futuro. No niego que haya prendas que sirvan para llamar la atención sobre determinadas partes del cuerpo, excitando la necesidad sexual, pero no todas las prendas sirven para ese fin. Y a mi juicio las prendas destinadas en exclusividad para mejorar las relaciones sexuales entre los seres humanos, debieron surgir después que el hombre se hiciera vestido durante miles y miles de años.
Se despide Elías con el siguiente alegato a favor de su posición: “La teoría brevemente expuesta aquí me parece más simpática que el estrecho pragmatismo que busca explicaciones triviales en necesidades de adaptación al medio ambiente. La cultura humana es más bien  antiadaptativa en cierto modo, porque es guiada por la creatividad artística y voluntad de transformación de lo natural. Ni la cara, ni el vestido pertenecen a la naturaleza, son partes de la cultura y, por consiguiente, merecen tratamiento semiótico más avanzado”. Los hombres primitivos, los que vivieron en las Cuevas de Altamira, mataban a los bisontes y lo descomponían en partes, de las que extraían distinta utilidad: la carne para comer, la sangre para pintar, los huesos para hacer herramientas y la piel para hacer vestidos. Esos hombres hacían todo eso, no porque tuvieran la voluntad idealista de transformar la naturaleza, todo lo contrario: transformaban la naturaleza, esto es, al bisonte, para satisfacer sus necesidades básicas. Todo lo que  hagan el hombre y  el animal  y no esté en la naturaleza, es  obra de la creación. Así, por ejemplo, el nido que hacen los pájaros para su prole es obra de la creación. El dique que hacen los castores es igualmente una obra de la creación.  Las chozas que se hicieron los primeros hombres con juncos y ramas son también obra de la creación. Los seres humanos necesitan continuamente crear para adaptarse al medio ambiente. Los animales también lo hacen, pero los seres humanos lo hacen en mayor medida. Así que no veo  razón alguna de oponer la adaptación a la creación, cuando la adaptación supone la creación, como tampoco veo correcto catalogar de estrechez  pragmática a quienes buscan una parte de las respuestas sobre semiótica en la lucha que entabla el hombre por adaptarse al cambiante mundo externo. 
Quiero insistir, por último, en lo que dije al inicio de este mensaje: el aspecto ético está jugando un papel muy importante en las distintas posiciones semióticas que se han adoptado en este debate. Catalogar como triviales las necesidades de adaptación al medio ambiente, cuando en el mundo hay tantas necesidades básicas insatisfechas, es una posición ética cargada de mucha ideología,  y no sólo una posición semiótica. Entre las grandes clases adineradas las necesidades básicas adoptan la forma del exceso, del lujo y del derroche. De manera que estos signos, el exceso, el lujo y el derroche, ocultan el carácter básico de esas necesidades. Estas clases pudientes contratan a los mejores sastres y cocineros, a los más excelsos  arquitectos y pintores,  para que les provea de artísticos vestidos y gustosas comidas, de lujosas casas con impresionante decoración, y a quienes entregan a cambio inmensas fortunas. Y al estar inmersos en este mundo de lujo y belleza, de arte y cultura,  se les olvida que el alimento, la vestimenta, el calzado, la vivienda, la educación y la cultura son necesidades básicas. Se olvidan de lo elemental y de lo básico, y se olvidan de las personas que viven atrapadas en lo elemental y lo básico. Sólo me resta decir que no sé lo que exactamente quiere decir Elías cuando habla de que el vestido merece una semiótica más avanzada. En todo caso pienso que una Semiótica avanzada no puede ocultar los valores semióticos de la vestimenta considerada como un medio para satisfacer las necesidades básicas de abrigo y de  belleza. 

Semiótica del nudismo (2)

En mi mensaje anterior, estimada Paula, hablé al final del mismo de las necesidades básicas de abrigo y belleza en relación con la vestimenta. Hablé, por lo tanto, de la belleza como necesidad básica. A todo el mundo le gusta vestir bien y con las mejores prendas. Y no porque la gente sea hedonista, sino sencillamente, como tú bien dices, porque ama la belleza y la calidad. Hay prendas de vestir que son una verdadera obra de arte, y no podemos dejar de mostrar nuestra admiración estética por ellas. Y yo, como todo el mundo, muestro esa admiración. Pero eso no quita que esas prendas de vestir sean un lujo, esto es, que sólo estén al alcance de una minoría. Así que no hay contradicción en catalogar una cosa como obra de arte al tiempo que se cataloga como lujo. Esta contradicción está presente en muchas obras de arte. Las pirámides de Egipto están catalogadas como una de las siete maravillas del mundo, y todos nos sorprendemos de su magnificencia y belleza, pero eso no quita que también representen el trabajo y la muerte de decenas de miles de esclavos. Una verdad no debe ocultar a la otra.
En lo que afecta al aspecto ético de la vestimenta diré lo siguiente. Elías en su último mensaje dice lo siguiente: “el valor comunicativo del vestido les parecería  a Evreinov y Voloshin primario”. Yo no niego que la vestimenta pueda tener un valor semiótico y un valor comunicativo. Lo que destaqué fue el contenido ético que puede comunicarse por medio de la vestimenta y el contenido ético que tienen las distintas concepciones semióticas sobre la vestimenta. Les pongo un ejemplo para aclarar las cosas. Deng Xiaoping fue el impulsor de las reformas económicas chinas, cuyo fin general era transformar el socialismo pobre que reinaba en China en un socialismo rico. Para este dirigente de masas el socialismo no debía significar, como hasta entonces,  pobreza y estrechez, vivir estrictamente con lo  básico y no permitirse ninguna clase de lujos. Las reformas económicas chinas querían cambiar ese significado del socialismo, y al cabo de veinticinco años de seguir por ese camino creo que podemos afirmar que se ha logrado.  No obstante, es digno de mención el valor comunicativo que siguió teniendo la vestimenta y el estilo de vida de Deng Xiaoping. Siguió vistiendo de la forma uniforme y sencilla de siempre. Vivía en un pequeño apartamento y todas las mañanas barría la calle que quedaba delante de su portal. La vestimenta y el estilo de vida de Deng Xiaoping comunica tanto como lo que comunica la vestimenta y el estilo de vida de los grandes ricos de todo el mundo. La diferencia está en que comunican distinto contenido ético. Y no se trata de que Deng Xiaoping represente el bien y los grande ricos el mal, sino de que uno expresa el amor por la vida sencilla y los otros el amor por la vida de excesos.
Quisiera ahora referirme a algunas ideas de Elías que versan sobre la catalogación de las distintas escuelas de pensamiento y la actitud filosófica ante ellas. Escuchémosle: “Segundo, como es evidente ahora, después del aporte fundamental de la semiótica estructuralista, el evolucionismo no es un instrumento válido”.  Aquí hay un acto de descatalogación.  Elías descataloga al evolucionismo como instrumento válido para el estudio semiótico de la vestimenta. Creo que lo más justo sería decir, si apostamos por la libre competencia entre las distintas escuelas de pensamiento,  que la semiótica estructuralista y la semiótica evolucionista tienen distintas concepciones sobre la vestimenta. Argumenta ahora Elías su acto de descatalogación. “Tratar de secuencia temporal hablando del origen de un fenómeno cultural tiene poco sentido, ya que no hay modo de comprobarlo y nuestra deducción no saldría de conjeturas más o menos ridículas”. ¿Entonces el trabajo de investigación científica de los paleoantropólogos sobre los fósiles humanos, que permiten estudiar a comunidades humanas de hace 100.000 y 400.000 años, no tiene sentido? Yo creo que sí lo tiene, que sí podemos estudiar al hombre en su origen al igual que estudiamos el origen del universo. Estudiamos el origen del Estado, de las clases, del dinero, de las herramientas, del lenguaje, del arte, de la religión, de la filosofía, etcétera. Y todo esto tiene todo su sentido científico. Así que el estudio sobre el origen de la vestimenta, como cualquier otro elemento cultural, no debe ser considerado como algo que no se puede comprobar y del que sólo cabe esperar deducciones ridículas. Creo que esta actitud es contraria al camino de las  ciencias, donde en la mayoría de ellas se estudia el origen de los fenómenos que se investigan y cómo han ido evolucionando a lo largo de los años. Y nadie siente que esté haciendo deducciones ridículas. No creo que concebir las cosas como procesos en vez de como objetos dados sea un imposible. Creo que es el camino que han seguido y siguen muchísimos pensadores, en especial Darwin y Marx, y a quienes debemos grandes conquistas para la ciencia y la filosofía.
Señala Elías, por último, que él no se adhiere a una explicación funcional del tipo reduccionista. Y añade, ayudado por Julio Caro Baroja, que el funcionalismo reduccionista es una doctrina utilitaria de muy cortos vuelos, que no sólo resulta inútil para investigar el “por qué”, sino también para precisar el “cómo” se desenvuelve la vida en una sociedad dada. Creo que en los ambientes filosóficos se ha vuelto costumbre el uso de tópicos y de fórmulas estereotipadas que ayudan muy poco a la clarificación de lo que hay de verdad o de falsedad en cada escuela. Quien destaca que la vestimenta es una necesidad básica, no está reduciendo la vestimenta a una necesidad básica. Al igual que quien destaca que la vestimenta satisface una necesidad espiritual, no está reduciendo la vestimenta a una necesidad espiritual. Se trata sencillamente de que se destaca un aspecto o se destaca otro aspecto del problema. Y como ambos aspectos están presentes en la vida, no se debe ver ningún error en las posiciones que abrazan un aspecto u otro. Cuestión diferente es la de aquellos pensadores que al destacar un aspecto del problema lo viven como negación de otros aspectos. Pero no es mi caso.
Quisiera, como despedida, volver a incidir sobre el aspecto ético de nuestro debate. Tal vez una Semiótica General sólo deba preocuparse por explicar las determinaciones abstractas de los signos, pero una Semiótica Concreta debe preocuparse por el contenido significado por los distintos signos. La Iglesia Católica condenó como inmoral que a los futbolistas de elite se les pagara en un día lo que un trabajador ganaba en un año. Dicho de otra forma: se condenaba como inmoral que un trabajador ganara en toda su vida laboral lo que ganaba un futbolista de elite en dos meses. Este es el significado ético que la Iglesia Católica descubre en los sueldos de los futbolistas de elite. Igual sucede con la vestimenta de lujo. Su significado es también ético. Sin duda que también tiene otros significados. Pero que tenga otros significados no quita que tenga un significado ético. Señalé en mi mensaje anterior que quienes viven en el exceso y disponen de fortunas desorbitadas, se olvidan que la vivienda, la alimentación, la educación y la cultura son necesidades básicas. Y añadí que el lujo y el despilfarro son formas que encubren el carácter básico de las necesidades humanas. Y todo esto no es ajeno a la Semiótica. Insisto: la Semiótica no sólo se preocupa por las formas sígnicas y sus determinaciones abstractas, sino también por los contenidos significados y comunicados.

Semiótica del nudismo (3)

Nuestras reflexiones sobre la semiótica del nudismo nos han llevado a reflexionar sobre la semiótica de la vestimenta. Y era inevitable que así sucediera. Creo que el concepto de cuerpo desnudo es posterior al concepto de cuerpo vestido. Esta verdad se pone de manifiesto en nuestros juicios de valor sobre los animales: a nadie se le ocurriría decir que los animales están desnudos. Dicho concepto carece de sentido aplicarlo al mundo animal. Del mismo modo carece de sentido aplicarlo al ser humano en sus primeros estadios de desarrollo, cuando todavía no iba vestido. También se han vertido opiniones acerca de que la esencia de la vestimenta estriba en que oculta los órganos sexuales. Señalé en un mensaje anterior que sólo una parte de la vestimenta está destinada a este fin, y que contribuye a mejorar las relaciones sexuales entre los seres humanos. No obstante, creo que en su desarrollo, además de la necesidad básica de abrigo, la vestimenta satisface la necesidad de estar bellos o de mejorar nuestra belleza. Así que no usamos las prendas de vestir esencialmente para ocultar nuestros órganos sexuales, sino para embellecer nuestro cuerpo. Esto nos lleva a la conclusión de que somos más bellos vestidos que desnudos. Sobre todo cuando pasan los años y la juventud de nuestro cuerpo se va marchitando, la vestimenta nos ayuda a tener una apariencia más estética. Creo igualmente que el desarrollo de la moda, como ocurre con el resto de la producción de la industria ligera, tiene muchos componentes de excesos. Tenemos más de lo que necesitamos. Esta afección no sólo es propia de las clases pudientes sino también de las clases más desfavorecidas. Como dijo Marx, el sentido del tener ha anulado al resto de los sentidos o los ha puesto bajo el dominio de aquél. Creo también que el desarrollo de la moda ha llevado a un predominio excesivo de la belleza física frente a la belleza espiritual. El cultivo del espíritu, con la decadencia de valores e ideales que vive el mundo de hoy, desempeña un papel muy secundario frente al culto del cuerpo, en el  que se incurre en un exceso de musculación y en una verdadera obsesión por el abdomen plano, y  al culto a las prendas de vestir, donde el nivel de compra acumulado a lo largo de un año por este concepto para cada unidad familiar llega a extremos de verdadera irracionalidad. Así que no estaría de más reflexionar sobre la Semiótica de la belleza espiritual, que inevitablemente nos llevaría a una crítica de la belleza física y sus excesos en el culto al cuerpo y al vestido. Por eso les comentaba el caso de Deng Xiaoping y su amor por la vida sencilla. El culto a la belleza espiritual implica que el culto a la belleza física pase a segundo plano o se ponga al servicio de aquella, como medio de expresión de aquella. Como podrán observar, y con esto me despido, las reflexiones semióticas que inicialmente se plantearon en el marco de la práctica nudista nos han descubiertos nuevos desarrollos en nuestras reflexiones. Y así deberíamos seguir.

Semiótica del nudismo (4)

No cabe duda que la vestimenta tiene que ver con la belleza física y no con la belleza espiritual. Una persona puede comprarse la ropa más bonita y elegante que exista, pero no por ello su belleza espiritual aumentará en lo más mínimo. Supongamos que todas las familias españolas decidan en estas Navidades no comprar prendas de vestir. No obstante, ninguna de ellas padecerá necesidades de vestimenta. Es más: si abrimos los roperos de dichas familias, encontraremos que hay ropa en exceso. Así que el exceso es un componente o significado del consumo actual de las familias españolas. Podríamos afirmar, bajo el punto de vista del espíritu, que el exceso nos afea, que damos excesiva importancia a las necesidades materiales y que nuestra conciencia no es libre de dicha atadura. Y al no ser libre del exceso del consumo, nos hacemos más animales que personas, nos mostramos esclavos de la necesidad y no como seres liberados por el arte. En mucha ropa habrá encerrado mucho arte, pero sus consumidores no tienen nada de espíritu artístico. El arte que sólo se busca en el exterior, en la vestimenta y en el calzado, debería buscarse también en el interior: en los sentimientos y en la conciencia.  Y no se trata sólo de saber si una persona tiene sentimientos y conciencia, puesto que hasta el hombre más malo que exista sobre la Tierra los tiene, sino qué contenidos tienen esos sentimientos y esa conciencia.
En la película la Bella y la Bestia se dice que la belleza está en el interior. Pero se incurre en dos contradicciones: una,  la Bestia vive en un hermoso castillo, y dos, al final de la película la Bestia se transforma en un hermoso joven. Podemos darle a este último hecho una lectura semiótica: mientras el príncipe fue un hombre malo tuvo la apariencia de una Bestia, pero cuando se tornó bueno adquirió la apariencia de un hermoso joven. Aquí vemos la belleza y la fealdad exteriores como expresión de la belleza y fealdad interiores. Este hecho en la película comentada se ve claro como la luz del día, pero no ocurre así en la vida real. Las apariencias nos engañan, y mucho más de lo que suponemos. Tal vez  nos hayamos acostumbrado  tanto a la omnipresente belleza física que somos incapaces de percibir la belleza espiritual. Una persona que tenga buenos sentimientos, que cultive la amistad, que tenga ideales y  valores, es espiritualmente bella. Y esa belleza se expresa en sus ojos, en su sonrisa, en sus gestos y en sus palabras. Y es ahí y no en la vestimenta donde externamente podemos descubrir la belleza espiritual. Y una persona educada en esos valores y principios no le dará excesiva importancia a la vestimenta. Hay personas que dedican dos horas diarias a muscularse y a tener el estómago plano, se arreglan el pelo cada semana, y  no cesan de comprar ropa  y calzado para estar continuamente a la última  moda. Invierten mucho tiempo y dinero, y ponen mucho gusto e interés, en mejorar su  belleza física; pero en mejorar su belleza espiritual apenas invierten y no ponen nada de su interior. El amor por el espíritu es, en parte,  el amor por la ciencia y por la filosofía, y en parte, el amor por las grandes causas sociales. Y quienes se cultiven en dichas tareas son, a mi juicio, personas espiritualmente bellas. Creo que con lo dicho aquí basta para satisfacer las necesidades iniciales de Hectornudo en torno a la Semiótica de la belleza espiritual.

Semiótica del nudismo (5)

Creo que tus dudas tienen como base la contradicción entre espíritu y materia, y más especialmente con las distintas  formas de existencia del espíritu. Aclaremos pues estas dudas. Nadie puede tener una percepción inmediata del significado, puesto que el significado sólo existe en forma de significante. Así que el significante debemos captarlo de dos modos: por una parte, como un puro objeto físico, y por otra parte, como forma de existencia del significado. Por lo tanto, no hay manera de percibir el significado independientemente del significante, esto es, independientemente de la existencia física de su opuesto. Igual sucede con la conciencia y con el pensamiento, no son substancias que tengan existencia independiente, sólo existen en forma de lenguaje. Otro tanto ocurre con el valor de las mercancías, sólo puede existir en forma de valor de uso. Y esto es así porque el significado, la conciencia, el pensamiento y el valor no tienen existencia independiente. En la propia representación cristiana de Dios se manifiesta esa contradicción. Dios como espíritu puro, como ser que no se puede ver ni tocar, carece de existencia objetiva. Necesita, por lo tanto, objetivarse, hacerse perceptible. Y Jesucristo es la encarnación, la objetivación, la exteriorización de Dios. Dios, esto es, el espíritu, sólo es perceptible como hombre. Por lo tanto, en la propia representación cristiana se reconoce, aunque en forma de especulación idealista, que el espíritu sólo existe en forma de  cuerpo humano. Así que si hablamos de la belleza espiritual, sólo podemos hablar de ella en su forma de existencia tangible, sensible, objetiva. Así lo dijo Marx en la Ideología Alemana: “El espíritu nace ya tarado con la maldición de estar preñado de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, bajo la forma del lenguaje”.
Plantea Hectornudo que en mi mensaje anterior en vez de hablar de la belleza espiritual, continué con la crítica de la belleza física. Y al final del mensaje añadió: si para hablar de algo criticamos su contrario; ...mis conocimientos de semiótica se desvanecen antes de haber sido. Habrás tenido la experiencia de leer textos que no dicen nada, que sólo son palabras, que no hay pensamientos en ellos. Al igual que habrás tenido la experiencia contraria: leer textos que dicen muchísimo, que encierran ricos pensamientos, que no son sólo palabras. Si una persona no sabe nada o muy poco de lo que habla, sus palabras serán vacías, carentes de pensamiento, de sentido y de razón. Así que para que las palabras estén cargadas de sentido es necesario que sus usuarios tengan conocimientos de lo que hablan. Esto es un ejemplo de cómo para hablar del pensamiento, de su valor e importancia, criticamos a su contrario: aquellos textos que son sólo palabras. Por lo tanto, no debe producirse ninguna evanescencia en tu saber semiótico por el  hecho de que para hablar de una cosa critiquemos su contrario. Se puede hablar del espíritu hablando justamente de la falta de espiritualidad en el mundo de hoy. Esto podemos observarlo entre los propios cristianos. Son una minoría quienes viven a Dios con profundidad, esto es, siguiendo el ejemplo de Cristo. La mayoría de los cristianos son sólo cristianos en apariencia. En su interior, en sus sentimientos y en su conciencia, no hallamos nada verdaderamente cristiano. Hay un mensaje de Jesucristo que expresa muy bien esta contradicción, y que es de sobra por todos conocido: es más fácil que un camello entre por el agujero de una aguja que un rico en  el reino de  los cielos. Esto es una manera metafórica de hablar en defensa del espíritu y de sus valores, y se hace diciendo que los ricos, estos son, los que viven en el lujo y el despilfarro, no pueden entrar en el reino de Dios, esto es, en el reino del espíritu. Así que el ser espiritual, profundamente espiritual, es un hombre que muestra un gran desapego por los excesos de la riqueza material. Puse el ejemplo de Deng Xiaoping para que se viera con claridad que entiendo por  ser espiritual. Y de acuerdo con los ejemplos de Jesucristo y de Deng Xiaoping,   el ser espiritual viene determinado por su actitud ante su contrario: la riqueza material. (Les recuerdo, para que no se lleven a equívocos, que soy  ateo)
Hay personas que disponen de un hermoso chalet, con jardín y piscina, de un lujoso coche, y de un vestuario con el que pueden vestirse decenas de personas, sin embargo, por dentro son  vacías, sin ideales, sin valores, sin nada que entregar o aportar.  Por el contrario, hay personas con muy poquita riqueza material que por dentro son muy ricas. Yo creo que esto es una experiencia de sobras conocida. También sabemos que hay personas que se enamoran de otras por su apariencia, por su poder material, no por su contenido. Para estas personas es más importante el envoltorio que el contenido. Esto es otro ejemplo de cómo la apariencia física predomina sobre la belleza espiritual. El exceso en el consumo, estimado Hectornudo, se llama despilfarro. Y en el terreno de la vestimenta hay despilfarro, y en las clases pudientes lo hay en mayor medida. De todos modos lo que en un extremo de la sociedad se presenta como exceso de consumo, en el otro extremo se presenta como escasez, como extrema necesidad.
Hablas de que no ser libre de los excesos de consumo es lo que más nos diferencia de los animales. De los animales nos diferencian muchas cosas, y el exceso podría ser uno de ellos, pero también la pobreza, la ruptura de la unidad del hombre con la naturaleza. El exceso de consumo es fruto de una forma económica social de producir y distribuir la riqueza, y no fruto de la diferenciación  del hombre respecto del animal. También me haces la pregunta siguiente: ¿Acaso estás suponiendo que la vestimenta que usa una persona no tiene relación con sus sentimientos ni con su conciencia? La conciencia y el sentimiento pueden tener como objeto cualquier cosa, incluida la vestimenta. Hay personas que todos los meses se compran prendas de vestir y zapatos. Es obvio que sabrán mucho de ropas y zapatos, que sus conciencias estarán llena de ese contenido, y que tendrán un elaborado sentimiento estético sobre dichos bienes. Hablé en mi mensaje anterior que lo importante no era si una persona tenía conciencia y sentimiento, sino cuál era el contenido de su conciencia y de su sentimiento. Es posible, así sucede en muchas ocasiones, que esas personas tan conscientes de la vestimenta y del calzado, tengan un conocimiento muy pobre de lo que está sucediendo en Iraq y no hayan elaborado ninguna clase de sentimientos con los sufrimientos del pueblo iraquí. Hay pequeños capitalistas cuya conciencia no va más allá de su negocio, y sus sentimientos sólo giran en torno al dinero que tienen en sus bolsillos. Carecen de conciencia clase, ignoran los intereses generales, y nunca luchan por el interés común de forma abnegada. Así que la clave para averiguar la belleza espiritual está en observar los distintos contenidos de conciencia. Y  esta es mi percepción: vivimos en un mundo sumamente embrutecido por los excesos en la riqueza. También señale en mi mensaje anterior, estimado Hectornudo, que muy posiblemente  por causa de los excesos en la riqueza material nos cueste muchísimo descubrir y percibir la riqueza espiritual.
La Semiótica trata también de la apariencia. Y la vestimenta tiene que ver fundamentalmente con la apariencia. Y a este respecto afirmas que las apariencias no nos engañan, como yo afirmo, sino que nos engañamos nosotros mismos a través de nuestros prejuicios. Aparentemente el Sol da vueltas alrededor de la Tierra, sale por el Este y se pone por el Oeste. Con esa conciencia aparente se mantuvo la humanidad durante mucho tiempo. Pero llegó el momento, por medio de los avances en Astronomía y de la tecnología, que se descubrió que era la Tierra la que giraba sobre sí misma, y  que este movimiento de rotación era el que provocaba la apariencia de que es el Sol quien gira alrededor de la Tierra. Así que las apariencias si nos engañan, y durante un tiempo podemos ser  por ellas, aunque con el desarrollo  de nuestros conocimientos y experiencias puede llegar el momento en que esas apariencias  no nos engañen. Y esto sucede muchísimo con la vestimenta: muchas veces sus significados aparentes nos engañen o nos deslumbran tanto que no vemos más allá de ellos.  Y si en el mundo físico se producen inversiones, donde lo que permanece fijo aparece moviéndose y lo que se mueve aparece fijo, mucho más debe haberlo en las complejas y altamente evolucionadas relaciones semióticas entre los hombres. Y lo repito: las apariencias nos engañan, y mucho más de lo que suponemos. Creo que con lo dicho hasta aquí basta por ahora.

17 de diciembre de 2003.




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