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sábado, 22 de mayo de 2004

El intérprete

Nunca me ha parecido correcto que se aplique el concepto de intérprete para quien lee un texto. Es cierto que en toda lectura hay cierto grado de interpretación, pero lo que domina es la intelección. Los textos son inteligibles y las cosas en general sensibles. Habrá que saber entonces qué clase de objetos o propiedades de los objetos necesitan ser interpretados. Algo necesita ser interpretado cuando es oscuro o cuando el sujeto que lee no tiene el nivel de entendimiento que exige el texto. Todos habremos dicho en alguna ocasión a algún mal lector: ¡no has entendido nada del libro! Se exige del buen lector un buen entendimiento, que el texto llegue a su cerebro y no que su ligero cerebro  ponga en el texto cosas que no hay en él. La persona que elaboró el texto lo hizo con una determinada intención significativa, de tal modo que la persona que lee el texto debe responder representándose lo que el primero quiere significar. Y esto no es un acto de interpretar sino de correspondencia. 


Todo texto cae en el sistema conceptual de la persona que lo lee. La cuestión es saber si ese determinado texto se diluye o se conserva al ser  instalado en el sistema conceptual del lector. Hay personas que al leer un determinado texto se apartan de su sentido y se adentran en el sentido de su propio sistema conceptual. A esto tampoco se le debería llamar interpretar, sino abandonar el sentido del texto y seguir un sentido propio. Mi experiencia como director de grupos de trabajo sobre el estudio de El Capital me dice que por regla general los lectores se apartan del sentido del texto. Esto se debe en parte a la complejidad lógica y densidad categorial de este texto. Pero para lograr el objetivo de recorrer y hacerse con el sentido del texto de Marx, evitando que el lector se aparte del sentido del mismo, aplico lo que llamo dictadura del significante. Esta prohibido los cambios sintácticos y de significantes cuando se reproduce en voz alta el texto. También están prohibidos los desvíos.  La experiencia me dice que hay que leer un texto un número considerable de veces, tomando nota de su organización lógica y de las categorías puestas en movimiento, para poder hacerse con su sentido propio. Luego, uno vez que nos hacemos con su sentido propio, podemos reflexionar y hacer nuestros propios aportes. Pero sucede de forma general lo contrario: reflexionamos y hacemos nuestros aportes antes de hacernos con el sentido propio del texto.


Heráclito decía que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Edgardo Donoso, parafraseando a Heráclito, dice que nunca leemos dos veces el mismo libro. Pero no ocurre esto último porque el libro haya sufrido cambio alguno, sino porque nosotros hemos cambiado. Estamos más preparados y más maduros,  con una mayor capacidad de intelección y tal vez con una más rica fantasía. Esto hace que cada vez que leamos de nuevo un mismo libro, extraigamos más frutos de él. Pero el libro, bajo el punto de vista de los significantes y de su organización lógica, permanece igual.

Nos ocurre a veces la siguiente experiencia: hemos leído un libro muchas veces y un día descubrimos algo que estaba ahí delante de nuestros ojos y no lo veíamos. Esto no sólo ocurre con los textos, sino también con los hechos. No debemos decir en este caso que le atribuimos un nuevo sentido al texto o al hecho, sino que lo descubrimos. De todos modos debemos diferenciar el sentido que pertenece al texto del que nosotros le atribuimos. Creo que con el aumento de las lecturas, aprehendemos mejor el sentido propio del texto. Mientras que si realizamos pocas lecturas y muy superficiales, le  atribuiremos un sentido que está más en nosotros que en el propio texto.

Con un texto se pueden hacer muchas cosas. Cuando estudio los textos de Hegel y de Marx una de las cosas que hago es recolectar categorías y hechos que tengan que ver con la Semiótica. También cuando veo por la tele un partido de fútbol estoy atento a los problemas semióticos que surgen entre las imágenes y la narración de los periodistas. No se trata de que yo haga una interpretación distinta de la que hace la persona que comparte el evento conmigo, sino que yo tengo determinados fines teóricos y estoy pendiente de ciertas propiedades y funciones que al otro no le importan  ni le interesan. Por último, hay veces que descubro ciertas ideas germinales sobre semiótica en los textos de los autores antes mencionados, lo que hago entonces es desarrollarlas. Y aquí tampoco se trata de interpretar, sino de desarrollar el sentido de una idea en una determinada esfera del saber. Creo algo nuevo, pero a partir de lo viejo. Pienso que el problema de la interpretación o tal vez la relación de las personas con los textos da para mucho que hablar.


En el primer mensaje hablaba de la necesidad de estudiar las condiciones que concurrían en los hechos que reclamaban una interpretación y, por consiguiente, un intérprete. Decía que no todos los fenómenos exigían ser interpretados, sino sólo aquellos que fueran oscuros. También añadí que en el caso de los textos escritos era más adecuado hablar de intelección y de entendimiento que de interpretación. La reflexión sobre esta temática surgió de la lectura de un texto de Hegel, titulado Las bases de la religión griega, y que paso a detallarles. La tesis principal que esbozaré y que he tomado de Hegel tiene ciertos parentescos o cierta proximidad con la idea de Peirce de que todo es signo, y con la idea de Magariños de que el mundo sólo tiene sentido gracias o por medio del hombre. Paso primero a transcribirles la cita de Hegel objeto de la reflexión: “Homero cuenta el entierro de Aquiles. Todo el mar se alborota de pronto; los griegos quedan llenos de admiración y ya van a emprender la fuga, cuando el sabio Néstor se levanta  y explica que es la madre de Aquiles, con sus ninfas, las que gimen y lloran en las exequias del héroe. Encontramos aquí juntos el alboroto del mar y la fantasía espiritual del hombre, que produce algo de naturaleza espiritual, algo que pertenece al hombre”. Para que se vea más claro el parentesco con la idea de Magariños les transcribo lo que dice Hegel unos párrafos antes: “El hombre era, pues, quien expresaba lo que la naturaleza significaba. La significación es, por tanto, cosa propia y exclusiva del hombre”.

El alboroto del mar, el ruido de las grandes olas, no tiene ningún significado especial en el mundo de hoy.   Nosotros percibimos ese fenómeno natural con absoluta normalidad, sin presentimientos, sin miedo, sin pensar que haya dioses que se enfaden y nos causen terribles males. No así ocurría entre los griegos, quienes, como dijera Marx, veían dioses por todas partes. Lo cierto es que el alboroto del mar, tal y como lo narra Homero, provocaba presentimientos y admiración  entre los asistentes a las exequias de Aquiles, y ante la duda de lo que podía significar se dispusieron a huir. Surgió entonces la necesidad de darle una interpretación a aquellos hechos y, por lo tanto, de un intérprete. Y este papel fue desempeñado por Néstor, quien explicó que el alboroto del mar significaba los llantos de la madre de Aquiles y de las ninfas que le acompañaban, y así calmó a los griegos. El alboroto del mar ha sido aquí rebajado a simple signo. Y su significado, los llantos de la madre de Aquiles y de las ninfas, es puesto totalmente por el hombre. No se trata de que los griegos espiritualizaran la naturaleza, sino que proclamaban el dominio del espíritu, del significado, sobre la naturaleza. Y al hacerlo así, rebajaban la naturaleza a puro signo. De modo que la idea de que el mundo sólo tiene significado por la mediación del hombre, implica la idea de que todo en este mundo debe transformarse en signo. 
    
Las condiciones que concurren en este ejemplo y que versan sobre la necesidad de la interpretación de los fenómenos naturales son las siguientes: una, la sociedad en cuestión debe creer en la existencia de dioses y que éstos se expresan por medio de los fenómenos naturales, dos, la sociedad en cuestión debe de tener una práctica y concepción religiosas mínimamente elaboradas, y tres, deben haber unas personas autorizadas y capacitadas para la interpretación religiosa de los fenómenos naturales. Y el modo de interpretación consiste en abstraer del fenómeno sus propiedades naturales, transformarlo en un puro signo y añadirle  un significado. En este contexto es válida la idea de que el alboroto del mar sólo tiene significado gracias y por medio del hombre. De todos modos, podemos añadir a esta panorámica religiosa  una visión práctica. Para los hombres que en barcos se aventuraban al mar y sufrían el impacto de las olas, el alboroto del mar tenía un significado práctico: naufragio, destierro y muerte. En este caso la significación no corresponde sólo al hombre, como ocurría en el caso de la explicación de Néstor en las exequias de Aquiles, sino que es el propio mar quien causa lo que tomamos como significado: el naufragio, el destierro y la muerte.

21 de julio de 2004.
 


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