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sábado, 22 de mayo de 2004

El método

Este mensaje está pensado especialmente para Paula. Ella habla de que está buscando un método para sus investigaciones. Hay gente que cree que se puede hallar un método de investigación para un campo determinado de fenómenos antes de realizar la investigación. El método, a mi juicio y según mi experiencia, brota de la propia investigación. Sólo investigando podemos descubrir el método que mejor conviene a la clase de fenómenos que se investiga. No existe el método sino los mil y un métodos. Creo que el mejor consejo que se le puede dar a un investigador es que sea metódico en todo lo que haga, no que tenga un método o vaya en búsqueda de un método. Uno de mis principios metódicos, que asimilé de Husserl, es la lucha sin tregua contra la contingencia. Busco que se exprese la necesidad, el orden y la ley. Y todo esto es contrario al pensamiento contingente, esto es, al pensamiento que se mueve en mil direcciones a la vez, o esa forma de pensar que lleva a una persona a ir de una cosa a otra, y de ésta  a otra y a otra. La contingencia es un continuo alejarse del centro y la incapacidad de permanecer en el centro. En la contingencia el pensamiento pierde de vista sus objetivos centrales y se pierde.



Creo que es un error concebir  que el primer paso del conocimiento científico sea establecer hipótesis por medios abductivos.  Hay una gran deficiencia en la filosofía y en las ciencias sociales: los hechos o fenómenos que se investigan están insuficientemente descritos o detallados. Lo primero que hay que hacer es analizar los hechos que se investigan, describirlos con el mayor número de detalles, y tal vez descubrir alguna regularidad, ley o esencia. Es cierto que en el análisis de los hechos empleamos conceptos, nos guiamos por principios y aplicamos ciertos métodos, pero no por ello la tarea deja de ser el análisis de los hechos. Creo también que el camino de la ciencia y del saber en general es partir de lo simple para llegar a lo complejo. Y en lo simple y en lo elemental, como lo demuestran, por ejemplo, la mecánica cuántica y la microbiología, hay una infinita riqueza.  Ya llegara el momento, si llega, de establecer hipótesis y hacer predicciones.

La economía convencional nos explica, por ejemplo, que el precio de la vivienda subió porque aumentó la demanda, pero no explica qué es el precio y como se llegó a esa forma económica. En suma, y me repito, hay que detenerse más tiempo en el estudio detallado de los hechos o fenómenos que se investigan y hay que partir de lo pequeño para llegar a lo grande. Estos dos principios constituyen algunos de mis métodos. Esta contradicción entre lo simple y lo complejo ha salido a relucir en el debate sobre el rostro y las máscaras: curiosamente resulta más fácil hablar  de las máscaras en su relación con la compleja psicología humana que de aquellas de cartón y plástico  que se usan en una fiesta de disfraces. Esto no deja de ser más que una muestra del poco interés que despierta en los filósofos reflexionar sobre lo simple y lo elemental y cuánto los atrapan los encantos de la complejidad.

Demos un giro práctico a nuestro debate y que cada cual diga qué métodos emplea, por una parte, en el estudio de las teorías, y por otra parte, en el estudio de los hechos. Yo estoy disgustado con la palabra ‘interpretación’, su uso se ha vuelto hegemonista,  y encubre muchas cosas básicas. Así no se dice leer o estudiar un libro, sino interpretarlo. No se dice estudiar o analizar un hecho, sino interpretarlo. No se considera al sujeto como un ser concreto, compuesto de muchas partes y funciones, sino en forma unilateral, bajo una sola modalidad de su ser: como interpretador. Y después de haber reducido el sujeto a un solo lado, después de haberlo reducido a la capacidad o facultad de interpretar los fenómenos sociales, se quiere explicar todo lo que hay en el mundo o convertirse en la llave que lo explique todo. Son afanes hegemonistas.

Es necesario recuperar una representación del sujeto más integral. Nadie habla, por ejemplo, que el sujeto de los actos semióticos, incluidos los actos lingüísticos, tiene un aparato digestivo. Es un aparato que atraviesa todo el organismo y está conectado con el mundo exterior por sus dos extremos. Es un aparato que permite al hombre estar conectado con la naturaleza. Por mucho que el lenguaje medie todas las formas de la actividad mental, por mucho que modifique las conexiones temporales básicas entre los agentes del mundo exterior y sus respuestas, el estómago sigue mediando la relación entre el hombre y la naturaleza. Los filósofos, impactados por la multiplicidad casi infinita del mundo moderno, pierden de vista este hecho fisiológico y antropológico básico: el ser humano tiene un estómago que llenar. Y los propios hechos, las personas que segundo tras segundo mueren de hambre en el mundo, ponen de manifiesto esta sencilla pero importantísima verdad: el ser humano está dotado de un aparato digestivo. Esta verdad fisiológica la aprendí de Pavlov. Es un principio que forma parte de mis métodos, que afecta al modo en que me represento el sujeto de los actos semióticos y de conciencia. Es también un modo de luchar contra la idea de que todo lo es por medio del lenguaje; no en el sentido de que es un medio y una parte de un todo, sino el medio absoluto de todo. Si fuera el medio absoluto de todo, nadie moriría de hambre. Y si hay gente que muere de hambre, y esto es así, entonces hay otros medios entre el hombre y la naturaleza que no es el lenguaje ni recibe su ser mediante el lenguaje: por ejemplo, el aparato digestivo.

17 de enero de 2004.

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