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miércoles, 30 de mayo de 2012

La determinación objetiva del sentido

En muchas ocasiones he hablado  sobre las consecuencias nefastas que tiene para las investigaciones semióticas tomar como punto de partida  los conceptos abstractos: no se ve nada concreto y, en consecuencia, predomina la intuición abstracta. Se parte de lo general y se llega a lo general sin mediación de lo concreto. No son conceptos enriquecidos por el análisis de los hechos particulares. Se produce la impresión de que nunca hay nada firme de lo que partir ni a lo que llegar. Gravita una duda constante. Pero no una duda metodológica, aquella por medio de la cual se busca un punto firme de partida del conocimiento, sino una duda conceptual: se duda de los rendimientos cognitivos de los conceptos que se ponen en circulación. Y si hay un concepto mal definido en semiótica este no es otro que el de sentido.

Así que tomemos como punto de partida un hecho concreto conocido por todos. Es un hecho que pertenece a la esfera de las relaciones económicas. Hablaremos de la circulación simple de las mercancías. La circulación simple de las mercancías viene representada por la fórmula  M – D –M: mercancía – dinero –mercancía. Se trata, por ejemplo, de que un agricultor  vende su trigo por dinero y con este dinero compra tela. El sentido de este movimiento radica en que el punto de partida y llegada del movimiento sean dos valores de uso distintos: en este caso se parte del trigo y se llega a la tela. Sería un movimiento sin sentido si el agricultor cambiara su trigo por dinero y luego  el dinero por trigo. Todos comprendemos en primera instancia, por su contenido general, que tiene sentido que los extremos de la circulación sean valores de uso distintos y que no tiene sentido que sean valores de uso iguales.
Pero detallemos más los contenidos del sentido material del intercambio. Nuestro agricultor sólo produce trigo, pero sus necesidades no se reducen al trigo, necesita de otros valores de uso o bienes para vivir. De ahí que se vea en la obligación de cambiar su trigo por el resto de los valores de uso que necesita para vivir. Por lo tanto, el sentido de que los extremos de la circulación simple de mercancías sean valores de uso distintos es un imperativo de la vida. Como productor el agricultor es unilateral, pero como consumidor es multilateral: necesita de los valores de uso producidos por los otros.
El idealismo, que es una corriente filosófica predominante en la semiótica, parte de la idea de que es el sujeto quien le atribuye el sentido a las cosas, plantea los actos de dar sentido como actos arbitrarios. De acuerdo con esta concepción nuestro agricultor podría cambiar su trigo por dinero para luego cambiarlo de nuevo por trigo; o cambiar el trigo por dinero para luego cambiarlo por piedras. En el primer caso estaría cambiando el valor de uso que posee en excedente por el mismo valor de uso; y en el segundo caso estaría cambiando un valor de uso que cuesta trabajo por un valor de uso que no cuesta trabajo. Pero el mundo no es así, el mundo no es como lo piensa el idealista, las determinaciones objetivas se imponen sobre las posibilidades de los actos del sujeto. Abstractamente todo acto es posible: el agricultor puede cambiar trigo por trigo. Pero su familia no se lo permitiría y lo tildaría de loco. Sus necesidades no se reducen al trigo y su vida no es posible sólo con trigo. Sus necesidades son muchas y variadas. Y los productos que satisfacen sus necesidades los producen los otros. Luego está obligado a cambiar su trigo por los valores de uso que satisfagan sus necesidades. Así que en la vida real, no en la vida pensada por el semiólogo aquejado de la enfermedad del idealismo, el sentido de los actos está determinado objetivamente. ¿Cuáles son las determinaciones objetivas del sentido de los actos de la circulación simple de las mercancías? Primera, cada persona como productor es unilateral; segunda, cada persona bajo el punto de vista de las necesidades es multilateral; y tercero, ha sido obra de la historia que desde el principio, en los puntos de contactos entre comunidades ajenas, se intercambiaran productos extraños. Es lógico que cada persona que asista al mercado quiera lo que no posee; si tuviera lo que quiere, no iría al mercado. 
Los semiólogos aquejados de idealismo no distinguen con claridad dos clases de sujetos: aquellos que realizan los actos que constituyen el fenómeno social lleno de sentido de aquellos que se limitan a observarlo. Y creen que son los sujetos observadores quienes les proporcionan el sentido a los fenómenos sociales. Cometen el error de hablar de los fenómenos sociales de modo general, esto es, no hablan de un fenómeno social en concreto. Y al hablar de un fenómeno social en general sólo sabemos que es un fenómeno social. Esto es: sabemos una pura generalidad. Y así el fenómeno social aparece como un algo lejano desde el que un observador le atribuye el sentido mediante un puro acto de voluntad. No se comprende que en los fenómenos sociales hay que detallar cuáles son los actos del sujeto y demostrar, como yo lo he hecho aquí, que están determinados por la necesidad y no por el puro arbitrio. Así que el papel del sujeto observador no debe ser atribuirle de modo externo el sentido al fenómeno social que investiga, sino descubrir y demostrar la necesidad de su sentido inmanente creado por sus sujetos actuantes.



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